Una sobria y completa rehabilitación al Convento Nuestra Señora de la Gracia, en la calle Agustinas, está realzando esta obra construida a fines del siglo XIX. El 28 de agosto, para el día de San Agustín, deberá estar todo terminado. El paso de los años y los distintos usos deterioraron el Convento Nuestra Señora de la Gracia, construido en 1890. En este momento, un completo equipo encabezado por Amaya Irarrázaval lo está restaurando. Permitirá que allí se alojen sacerdotes enfermos de la orden agustina y habrá un piso especial para los invitados de provincia que viajen a participar en retiros y diferentes jornadas a Santiago.

Adosado a la Iglesia San Agustín, el convento había perdido su prestancia tras múltiples modificaciones. La propiedad abarcaba en el siglo XIX toda una manzana (Agustinas, San Antonio, Moneda y Estado), pero el terreno lentamente se fue vendiendo. A fines de la década de los 70, los sacerdotes vendieron el sector sur poniente, donde se construyó el Paseo San Agustín.

Según consta en investigación del historiador Guillermo Carrasco, concretada en el libro Luces y Sombras, 400 años de presencia Agustina en Chile, el convento fue demolido parcialmente y los arquitectos Ignacio Santa María, Francisco Bertrand y Manuel Dávila construyeron una nueva ala para residencia del convento.

Posteriormente, en 1992 se demolió otra parte del ala más antigua, orientada hacia el pasaje Obispo Villarroel, para construir las oficinas de la Curia Provincial, completándose el cuadro de abruptos cambios sufridos en la fisonomía de uno de los edificios más significativos de Santiago.

Del antiguo convento sólo quedaba hoy una L, adosada a la Iglesia San Agustín, con un patio deteriorado en medio. Fue el momento en que llamaron a la arquitecta Amaya Irarrázaval, especializada en restauración, para que se encargara de toda la rehabilitación. Junto a ella participaron en los trabajos Alfonso Larraín, en cálculo estructural; Verónica González, ingeniera a cargo de la obra; Mónica Pérez, iluminación; Josefina Prieto Domínguez, paisajista; Hugo Barceló, constructor.

Cuenta Amaya: Con la restauración pretendemos devolver al convento la imagen que tenía a fines del siglo XIX, una época victoriana y un poco ecléctica. El edificio nunca se terminó totalmente; faltaron las cornisas que debían haber decorado sus ocho arcos, de los que hoy sólo quedan cuatro, y varios otros detalles.

El edificio tiene tres altos pisos, uno de seis metros y dos de tres y medio, y está construido en albañilería de ladrillo y estructuras de madera con relleno y estuco de adobe. En el primer nivel lo único que no se tocó fue la sacristía y biblioteca. Se intervinieron pasillos, patios, accesos y se hicieron baños de uso público en el tramo que conduce a la iglesia.

En el segundo piso la restauración fue total: en once dormitorios para enfermos se arreglaron muros, se pintaron, iluminaron y se les puso calefacción. Se repararon y pulieron baldosas, se vitrificaron los pisos de madera en tono mate sólo para protegerla.

– ¿Cómo llegaron a la imagen que se supone tenía otrora el convento?

– No hay ni documentación exacta ni planos. Se hicieron intervenciones más bien prácticas. Colocamos un ascensor con cabina transparente y palillaje de pino Oregón, que tiene iluminación cenital. Se habilitaron piezas para enfermería y baños para enfermos, con quincallería de apoyo para ancianos. Uno de ellos es especial, terapéutico, para lo que nos asesoramos con Amparo Rodríguez, de la Teletón, quien nos explicó el tipo de tina, manillas y espacio que se necesitaba. Colocamos luces actuales en lo que se modernizó: la oficina del contador y en el subterráneo donde habrá un gran salón de uso múltiple.

El papel mural que se le puso al living tiene un colorido de época que se complementó con un zócalo alto. El comedor, en cambio, se formó al unir dos salas (correspondientes al período donde allí funcionó el antiguo colegio). Las cornisas y guardasillas existentes se pusieron en valor y se completaron los faltantes.

Para los dormitorios y el comedor Amaya compró lámparas en anticuarios, con bronce labrado y tulipas, y mandó a copiar otras iguales a ésas, y a dibujos que encontró en libros antiguos, buscando las que le parecían más adecuadas para un convento aunque podría hacer cosas mucho más sofisticadas para la época, le bajamos el perfil justamente por esto.

Los baños tienen incorporada tecnología actual, pero su imagen recuerda a los antiguos, por el tipo de azulejos, que alcanzan al metro veinte aproximadamente, con guardas tipo rodón e iluminación de acuerdo a lo que llegaba en esa época a Chile.

El patio se hizo de nuevo, acomodándolo al espacio más pequeño, según diseño de la paisajista Josefina Prieto Domínguez. Al centro instaló una nueva pila de agua y alrededor dispuso una serie de caminos que lo recorren, formados con ladrillos y piedra huevillo, que hacen dibujos en el pavimento. Las plantas aún esperan el tiempo necesario para tener el cuerpo de un jardín bien formado. Destacan violetas, calas, hortensias, pittosporos, entre añosos naranjos y palmeras.

Otra de las intervenciones realizadas fue la rehabilitación de una pequeña capillita, que aún no se termina. Falta un vitral muy contemporáneo, que irá sobre la lucarna que ilumina el espacio. De fuerte colorido, lo diseñó Benjamín Lira y fabricará Ricardo Carrión con vidrios que se están importando. El propio Ricardo está realizando otro vitral para uno de los pasillos del segundo piso, con la imagen de Nuestra Señora de la Consolación.

En el sector más nuevo del convento, del 92, también se realizaron modificaciones. Se construyó una terraza que comunica con el sector oriente. Y también se cerró, con cristal templado, el corredor del primer nivel para realzar el acceso al convento y a la vez permitir una pasada más protegida del frío de los sacerdotes hacia el templo.

Un gran esfuerzo que valió la pena y que a lo mejor continúa con el proyecto de restaurar el templo.